Doom: The Dark Ages Review

En el vasto escenario de los videojuegos, hay franquicias que no solo han resistido el paso del tiempo, sino que han definido su propio legado, marcando generaciones. Una de esas pocas, y sin duda una de las más icónicas, es DOOM. Desde su nacimiento en 1993, la saga creada por id Software no solo fundó las bases del género FPS moderno, sino que se transformó en un estandarte del caos visceral y la acción desenfrenada. Hoy, más de tres décadas después, la serie vuelve a sacudir los cimientos del infierno con DOOM: The Dark Ages, un capítulo que apuesta por el pasado para reinventarse.

Anunciado en un Xbox Showcase, este nuevo episodio no solo levanta enormes expectativas por el peso de su nombre, sino también por el giro radical que propone. En vez de seguir escalando hacia el frenesí acrobático de DOOM Eternal, The Dark Ages se planta firmemente en la tierra, apostando por una experiencia más cruda, pesada y narrativa. Y sorprendentemente, ese cambio no solo funciona, sino que revitaliza.

Ubicado cronológicamente antes de los eventos de DOOM (2016) y DOOM Eternal, este título actúa como precuela y ofrece una narrativa más elaborada que en entregas anteriores. Desde los primeros compases, el juego presenta una ambientación sombría: el reino de Argent D’Nur se encuentra al borde del colapso, asediado por hordas demoníacas lideradas por el temible Ahzrak, quien busca un artefacto de poder incalculable. Ante la inminente extinción, el rey Novik libera una última esperanza: un guerrero legendario, encerrado por los Maykr, cuya única razón de existir es la destrucción absoluta.

La historia, sin ser revolucionaria, aporta matices interesantes al universo DOOM. Por primera vez, el Slayer adquiere una dimensión más humana y trágica, mientras el juego intercala momentos jugables con cinemáticas en tercera persona, personajes secundarios bien definidos y un enfoque más cinematográfico. No se trata de una narrativa que busca competir con grandes producciones narrativas, pero sí de un paso adelante en una saga que tradicionalmente relegaba la historia a un segundo plano.

A nivel jugable, The Dark Ages conserva el ADN clásico de la franquicia: disparos de precisión, sangre a raudales y una sinfonía de destrucción. Sin embargo, introduce elementos frescos que lo diferencian de sus predecesores. El cambio más notorio es el ritmo: el juego abandona la movilidad extrema de Eternal en favor de un enfoque más táctico y terrenal. El Slayer ya no salta de plataforma en plataforma con agilidad demoníaca; ahora avanza como un tanque medieval, imparable, pero con peso.

La gran estrella de este nuevo sistema es el escudo, una herramienta versátil que permite no solo bloquear ataques, sino también contraatacar con precisión letal. Si se responde en el momento justo a ciertos ataques señalados en verde, es posible devolverlos y alterar el curso del combate. Dominar esta mecánica es esencial, ya que el juego premia la precisión y el control más que la pura velocidad.

Por supuesto, el arsenal sigue siendo una oda a la brutalidad. Más de una docena de armas están disponibles a lo largo de la campaña, cada una con su diseño único, efectos particulares y sistema de mejoras. Desde lanzadores de huesos hasta escopetas con púas, la variedad es tan grotesca como satisfactoria. Las clásicas ejecuciones cuerpo a cuerpo, además de ser espectaculares, siguen siendo clave para recuperar salud y recursos, manteniendo el loop de combate agresivo que caracteriza a la saga.

DOOM: The Dark Ages no solo cumple con las expectativas que inevitablemente arrastra su nombre, sino que también logra lo más difícil: reinventarse sin perder su identidad. id Software arriesga al llevar al Slayer a una época oscura y medieval, y lo hace con inteligencia, solidez técnica y un enfoque que refresca la fórmula sin traicionar sus raíces. La acción sigue siendo el alma del juego, pero ahora está envuelta en una atmósfera más densa, un ritmo más metódico y un universo narrativo más rico. El combate se siente crudo, potente y satisfactorio. Las nuevas mecánicas, como el escudo y los vehículos, aportan variedad sin romper la coherencia del conjunto. La campaña es extensa, rejugable y repleta de secretos, con un diseño de niveles que mezcla zonas abiertas con mapas más clásicos.

La ausencia de modos extra o multijugador puede decepcionar a algunos, pero lo cierto es que la experiencia principal está tan bien pulida que rara vez se echa algo en falta. En lo técnico, el juego deslumbra por su fluidez, estabilidad y una dirección artística que abraza con firmeza lo gótico y lo brutal. La banda sonora, como era de esperarse, vuelve a ser un componente esencial, acompañando cada masacre con una intensidad que electriza.

VEREDICTO
DOOM: The Dark Ages no solo cumple con las expectativas que impone su legado, sino que logra lo más difícil: reinventarse sin perder su esencia. id Software arriesga al llevar al Slayer a una época oscura y medieval, y lo hace con inteligencia, solidez técnica y una visión clara. No es solo una precuela: es una declaración de principios. La acción sigue siendo el corazón del juego, pero ahora se envuelve en una atmósfera más densa, un ritmo más metódico y un universo narrativo más rico. El Slayer continúa siendo el verdugo imparable del infierno, pero también se convierte en símbolo de una saga que no mira atrás con nostalgia, sino con intención. Y si este es el rumbo que tomará DOOM, podemos decir con certeza que el infierno nunca había sido tan prometedor.
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