Blue Prince Review

El panorama indie sigue siendo un semillero inagotable de propuestas frescas, y Blue Prince es un claro ejemplo de ello. La premisa es simple, pero poderosa: el protagonista hereda una antigua y enorme mansión, Mt. Holly, que solo podrá reclamar por completo si logra encontrar la mítica habitación número 46. El problema es que no existe un plano de la casa y las habitaciones aparecen de forma aleatoria cada vez que iniciamos una partida, reiniciándose por completo al finalizar el día. El jugador deberá aprender a navegar y construir el laberinto, conectando física y simbólicamente los espacios, con un solo objetivo: resolver el misterio antes de que caiga la noche.

Detrás de esta idea aparentemente sencilla se esconde una experiencia profunda y meticulosa. Cada habitación tiene una función, una historia y pistas que pueden entrelazarse con otras áreas del juego. La clave está en saber cuándo y cómo colocar cada sala, optimizando su efecto tanto para la exploración como para la resolución de acertijos que, en muchos casos, no se podrán resolver sino hasta mucho después de haber hallado la pista inicial. La atención al detalle y la paciencia se vuelven herramientas fundamentales. Blue Prince se resiste a guiar de forma explícita: lanza migas de pan y deja que sea el jugador quien reconstruya el relato, al estilo de títulos como Outer Wilds o Tunic. Esta apuesta por la ambigüedad funciona especialmente bien para quienes disfrutan los misterios complejos y no temen perderse en una red de posibilidades.

Sin embargo, también implica lidiar con el azar de la fórmula roguelite, que puede entorpecer la progresión lógica del juego. Las primeras partidas funcionan como una especie de campo de entrenamiento. Desde la entrada principal de la mansión, podremos expandirla eligiendo una de tres habitaciones aleatorias, cada una con sus propias características y efectos. La distribución del mapa y la administración de recursos como las gemas (para desbloquear salas) o los pasos disponibles (para moverse de una habitación a otra) se vuelven decisiones estratégicas. A medida que nos adentramos en las zonas más remotas de la casa, accedemos a habitaciones más raras y poderosas, pero también enfrentamos mayores obstáculos, como puertas bloqueadas o escasez de llaves.

Con el tiempo, se aprenden trucos para optimizar las rutas iniciales, conservar recursos y evitar callejones sin salida. Aun así, el azar siempre está presente. Por muy preparado que uno esté, una mala tirada puede echar por tierra una estrategia cuidadosamente planificada. No es imposible adaptarse, pero a veces, incluso tras decenas de partidas, los elementos necesarios para avanzar simplemente no aparecen. Y eso puede ser frustrante. El diseño de las habitaciones va más allá de lo funcional: están llenas de documentos, fotografías y detalles ambientales que aportan fragmentos de la historia de Mt. Holly, sus antiguos habitantes y sus secretos. No hay un sistema interno para guardar estas pistas, por lo que llevar un cuaderno y hacer apuntes a mano se vuelve casi obligatorio. Esta mecánica fomenta una exploración más activa e inmersiva, pero también impone una barrera adicional para los menos meticulosos.

No todo es perfecto. Uno de los principales problemas del juego radica en la tensión entre su narrativa profunda y la imprevisibilidad del diseño procedural. El jugador puede haber armado mentalmente todo un rompecabezas narrativo y, aun así, verse imposibilitado de avanzar por no encontrar las piezas necesarias dentro del draft de habitaciones. A veces, lo único que queda es reiniciar y cruzar los dedos. Si bien existen algunas mejoras permanentes que se desbloquean con el progreso (como efectos entre partidas, habitaciones potenciadas y un abanico más amplio de opciones), no terminan de contrarrestar la sensación de estar repitiendo los mismos patrones una y otra vez, especialmente en las fases finales del juego.

Hay también detalles de calidad de vida que podrían pulirse: la posibilidad de postergar la elección de una habitación, moverse más rápido dentro de la mansión o guardar el progreso de una sesión para retomarla más tarde harían la experiencia mucho más fluida sin sacrificar su esencia.

VEREDICTO
Blue Prince es una obra valiente, que combina misterio, lógica y azar de una forma pocas veces vista. Su mayor virtud es también su mayor riesgo: invita al jugador a pensar, teorizar y conectar ideas, pero muchas veces le niega las herramientas para concretarlas en el momento justo. Si estás dispuesto a aceptar esa dualidad y no temes perderte entre corredores que cambian cada día, te espera una experiencia fascinante, tan enigmática como la habitación 46.
9