En una era saturada de remakes y remasterizaciones que muchas veces parecen meras excusas comerciales, uno podría preguntarse: ¿realmente necesitamos otra remaster? La respuesta, cuando hablamos de Oblivion, no solo es un rotundo sí, sino que llega acompañada de un suspiro nostálgico y una sonrisa cómplice. Porque lo que ha hecho Virtuos con The Elder Scrolls IV: Oblivion Remastered va mucho más allá de un simple lavado de cara: es una declaración de amor a uno de los RPG más influyentes de la historia.

Todo comienza, como siempre, en la oscuridad de una celda. No sabemos cómo llegamos ahí, ni por qué. Sólo estamos encerrados, sin respuestas, y de repente aparece el mismísimo emperador Uriel Septim. Un desconocido con nuestro rostro ha estado rondando sus sueños y, como si el destino ya estuviera escrito, aprovecha una ruta secreta oculta justo en nuestra celda para escapar de sus enemigos. Lo que parece una escena surrealista da paso a una breve fuga subterránea más cercana a Escape de Alcatraz que a una épica tolkeniana. Pero cuando finalmente cruzamos el portón que nos separa del mundo exterior… la verdadera libertad comienza.

Volver a recorrer los caminos de Cyrodiil es sumergirse en un recuerdo intacto, pero embellecido. Esa primera carrera hacia el Priorato de Weynon, el encuentro con ruinas misteriosas, los bandidos apostados en senderos olvidados y los personajes aleatorios que pueden llevarnos a misiones impredecibles, gremios ocultos o simplemente a diálogos memorables. Oblivion Remastered no solo revive esas experiencias: las exalta. Su mundo sigue tan rico, tan orgánico, que deja en evidencia a muchos mundos abiertos modernos que, aunque más grandes, están llenos de espacios vacíos. Lo más sorprendente (y quizás un poco triste) es cuán vigente sigue siendo la estructura del juego. Las decisiones, el ritmo, la progresión… todo sigue funcionando de maravilla, prueba de lo adelantado que fue Oblivion en su momento.


El valor de Oblivion en la historia de los RPG ya ha sido explorado en infinidad de análisis. Su legado incluye sistemas revolucionarios como la Radiant A.I., que permitió por primera vez que los NPC actuaran y reaccionaran con cierta lógica propia. Muchas de las dinámicas que hoy damos por sentadas en el género nacieron aquí. Pero lo que nos convoca ahora es la remasterización. Y conviene aclararlo desde ya: no es un remake, pero tampoco una remaster al uso. Lo que Virtuos ha hecho con esta edición es más bien una Remaster Plus, una reconstrucción respetuosa que mejora sin destruir.

Gracias al Unreal Engine 5, Oblivion Remastered luce espectacular. La iluminación, las texturas, los modelos de personajes e incluso los reflejos en el agua han sido replanteados con atención al detalle. Las cuevas ahora se iluminan con una calidez tenue al paso de una antorcha, las caras tienen expresividad (o al menos ya no parecen máscaras de cera) y los paisajes ofrecen postales dignas de enmarcar. Es como volver a casa después de años y descubrir que alguien la renovó sin alterar su esencia. Pero el cambio no se queda en lo visual. El sistema de combate ha sido revisado con mejores animaciones, sensaciones de impacto más realistas y una cámara en tercera persona mucho más funcional.

El resultado son batallas más dinámicas, que invitan a alternar entre la acción cuerpo a cuerpo, la magia o el sigilo sin que se sienta torpe o desfasado. También se ha modernizado el sistema de progresión. Ya no hace falta enfocarse únicamente en las habilidades principales para subir de nivel, y la experiencia se reparte entre todas las acciones del jugador. La mecánica de tener que dormir para subir de nivel se mantiene (con ese encanto anticuado incluido), pero ahora se siente más natural y menos restrictiva.
A pesar del sobresaliente trabajo de remasterización, hay decisiones difíciles de justificar. Muchos de los errores del juego original siguen presentes: bugs menores, sí, pero también fallos graves como pérdida de datos de guardado.Se espera que estos detalles se corrijan con futuras actualizaciones, pero deja un sabor agridulce saber que lo que pudo ser una edición definitiva aún necesita parches.